Millones de abismos
y yo aún sigo
cayendo a tu vacío.
Toneladas de arena
y yo, como un niño,
haciendo castillos
en tu playa.
Tenerte
siempre fue un vendaval.
Una racha de viento
avivando un incendio,
un tira pero no afloja;
la combustión
de la estrella polar
en el infierno,
el ansia del lobo
por rozar la piel
de Caperucita Roja.
Buscarte, en cambio,
nunca fue difícil.
Sabía que pasara
lo que pasara,
tú estarías escondida
entre los pliegues
del cuello de mi camisa.
Era consciente, también,
de tu debilidad crónica
por el gris de mis ojos.
Siento haberte descubierto.
Hay verdades
sobre las que una mirada
no sabe mentir.
Me quisiste a morir,
a matar, a sufrir,
a volar, a gritar,
a reír;
a crujir, a curar,
a fingir, a perdonar,
a llorar, a vivir.
También me enseñaste a ello.
Aún así,
no me he ido de aquí.
La piedra sigue siendo
la misma,
no ha cambiado siquiera
el olor del barro del terreno,
ni la forma
de las gotas de lluvia.
Siguen, incluso,
las huellas
de cuando nos solíamos pisar.
No me culpéis,
no lo puedo evitar.
Sus frases estaban cargadas
de puntos finales
y su única coma
resultó ser terminal.