que dejé sin rima
las autopistas
y sin musa
a un buen puñado de artistas;
te quise tan despacio
que la paciencia
se volvió frenética
y es por eso que la que primavera
pierde sus hojas:
para asegurarse de hacerte eterna.
Me llovieron llamas
de las yemas
cuando pretendí encerrarte
en poemas
y la Libertad cobraba entonces sinsentido,
las gaviotas se alejaban de la costa,
la arena se volvía roca
y la mar se mudaba a tus mejillas,
gota
a
gota.
Me vestí con tus dudas
solo por verte desnuda,
pero lo tengo claro:
el amor no se hace,
se crea.
Porque yo te vi levantar de la nada
un imperio de besos
que arrasó mil ejércitos
sin utilizar jamás las armas,
porque yo estaba allí cuando convertiste
las fuentes en vino
y los borrachos se acercaban
únicamente
para lavarse las manos.
He intentado clonarte, lo admito.
Deberías ser derecho fundamental
en cada rincón del infinito.
He intentado olvidarte, lo juro.
Una vez contigo, sin ti
el futuro me mira con cara de tipo duro.
Ahora cuenta que hicimos Historia.
Por favor, cuéntalo.
Cuenta que rompimos las barreras,
las reglas,
los esquemas, las lanzas.
Cuenta que hicimos de la distancia
una forma de vida tan válida
como cualquier otro suicidio;
que nos dejamos la piel a tiras,
que nos quisimos a carne viva,
que nuestro viento,
a medida que apaga el fuego
también lo aviva.
Presume, porque tienes derecho,
porque justamente ahí,
en un pequeño recoveco
bajo tu pecho,
guardas tanto como callas
y me guardas también a mí
como un repetidor de primer curso,
como un repetidor de primer curso,
torpe aprendiz de tus silencios.
Si algún día decides hablarle a alguien
de nosotros
debes tener en cuenta que te van a mirar
como si estuvieses loca,
que intentarán ponerte una camisa de fuerza
y empezarán a hablarte con susurros
con la intención de no alterarte.
Ellos siguen pensando que la magia
es un conjunto de trucos.