sábado, 16 de enero de 2016

Norte y sur

Íntimos desconocidos
desafiando lo previsto,
norte y sur reventando brújulas, 
permutando hemisferios;
la estrella polar vista desde el desierto.

Descoordinado, él intenta acompasar sus movimientos
dentro del peor bar de la ciudad
aunque en la mejor compañía.
Se bebe la vergüenza de un trago en sus pupilas,
ahuyenta los miedos que le trajeron hasta aquí.

Volcánica, ella se deshace entre luces
a la vez que disparan artificio sus caderas,
una supernova entre la tormenta
que se ríe al verle bailar.

Él sueña con playas cubiertas de nieve
sobre las que dejar marcadas sus huellas,
fantasea con sirenas y ambulancias.
Una vida de música en directo, tortilla los domingos,
Amsterdam, cerveza, literatura.

Pero ella vuela por no llorar, es etérea.
Será para todos, a su bendita manera
de acariciar las olas
para que el viento no duela.
Aprenderá a saltar las barreras
que ahora son jaula, enrredadera.
Saldrá en las noticias y del planeta,
pondrá en órbita satélites y cometas.
Cuidará de él sin darse cuenta.

La magia les sorprenderá haciendo la cena,
deshaciendo la cama o mudándose de estrella.
Se convertirán en lo que eran antes de empezar
a tropezar, vacíos de rasguños, con las rodillas intactas
y el corazón en su sitio;
la sal, las heridas, el limón, el tequila. Aún escuecen.

No importa si de pronto llega la noche
y les pilla con la sonrisa en otra boca:
la luna sabe perdonar, el cielo conoce el secreto.

 Se querrán.

Ahora, luego o nunca.                      Aunque siempre.
Ese es el plan.

miércoles, 13 de enero de 2016

Y las banderas siguen siendo blancas


Se amontonan los recuerdos
cuando vuelvo a las calles
que nos vieron tomarnos el pelo
y el ron
de los últimos tres bares
a los que hicimos mar.

Me visitan tus demonios:
un vis a vis sin mampara,
un cara a cara en el que siempre sale cruz.
Dime qué hago si de tanto perder
he perdido ya
hasta las ganas de jugar.

Callar es gritar por dentro.
Que no puedas oírlo
no significa que no esté latiendo
a bandazos,
que me haya olvidado de las palabras
no quiere decir que no te esté hablando


a través de todo este silencio.


Ahora que soy uno más
sólo me sale restar
y hacerme cero.
A la izquierda. De tu pecho.

Tú que me culpas de las huidas
me conociste escapando
de otra herida,
te negabas a creerme
cuando te recordaba
que serías la siguiente
en olvidarme.

No sé de qué te extrañas,
no sé por qué te sorprendes
de mi miedo a que el olvido
se encargue de nosotros.

Desconfías que sea el viento
quien está moviendo las hojas
simplemente porque no suena,
porque no se ve...
Tú, que creíste en mí
incluso antes de quererme.

Si quieres hacemos como que no ha pasado nada;
ni siquiera nosotros, por supuesto ningún tren,
ni rastro de noches en vela.

                     - Podemos engañarnos lo que dura un verano
                     pero el otoño siempre vuelve.

Si dejas a un lado tanto ruido
lo sabrás:
todavía se escuchan megáfonos
en las plazas
de nuestra propia revolución.


Y las banderas siguen siendo blancas.

lunes, 11 de enero de 2016

Vivir de los cuentos

Creo.

Porque he leído a Panero
y ya no temo los manicomios,
porque he estado perdido
durante un siglo
entre las cuatro calles de Macondo
y he descubierto el valor
- y la valentía -
que tienen quienes nos hacen reír;
porque Miguel Hernández
me presentó a la poesía
al final de una clase de matemáticas
en el instituto

y me nacieron, de repente, tres heridas.

Las mismas con las que había llegado.
Aunque desde aquel momento, distintas.

Por la mañana
que se me escurrió el café
para caer sobre el Aleph
y mancharlo todo de luz,
por la tarde que me encontré
con la absenta, Montparnasse
y Baudelaire,
por la noche que mi madre
me confesó
que si me llamo Daniel
es por culpa
y gracias a el Mochuelo
de Delibes.

Porque después llegaron
Bennedeti y Neruda
para agarrarme por el pecho
desde dentro
y zarandearme hasta el mareo,
porque sólo Bécquer consiguió
espantar las golondrinas
que los cuervos ciegos de Poe
se habían encargado de críar;
porque vi que Marwan, Escandar y
Benjamín
no eran tan diferentes a mí.

     O será que al menos
los cuatro hablamos
sobre una misma
cicatriz.

Porque sí.
Porque hay que vivir de algo,
por algo hay que morir.
Y mi plan es hacer ambas cosas
de igual manera
y por igual motivo.

Porque siento la necesidad
de ser escritor
desde que Bukowski me miró
con sus ojos de tinta para advertirme:

"a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,

no lo intentes."