desafiando lo previsto,
norte y sur reventando brújulas,
permutando hemisferios;
permutando hemisferios;
la estrella polar vista desde el desierto.
Descoordinado, él intenta acompasar sus movimientos
dentro del peor bar de la ciudad
aunque en la mejor compañía.
Se bebe la vergüenza de un trago en sus pupilas,
ahuyenta los miedos que le trajeron hasta aquí.
Volcánica, ella se deshace entre luces
a la vez que disparan artificio sus caderas,
una supernova entre la tormenta
que se ríe al verle bailar.
Él sueña con playas cubiertas de nieve
sobre las que dejar marcadas sus huellas,
fantasea con sirenas y ambulancias.
Una vida de música en directo, tortilla los domingos,
Amsterdam, cerveza, literatura.
Pero ella vuela por no llorar, es etérea.
Será para todos, a su bendita manera
de acariciar las olas
para que el viento no duela.
Aprenderá a saltar las barreras
que ahora son jaula, enrredadera.
Saldrá en las noticias y del planeta,
pondrá en órbita satélites y cometas.
Cuidará de él sin darse cuenta.
La magia les sorprenderá haciendo la cena,
deshaciendo la cama o mudándose de estrella.
Se convertirán en lo que eran antes de empezar
a tropezar, vacíos de rasguños, con las rodillas
intactas
y el corazón en su sitio;
la sal, las heridas, el limón, el tequila. Aún
escuecen.
No importa si de pronto llega la noche
y les pilla con la sonrisa en otra boca:
la luna sabe perdonar, el cielo conoce el secreto.
Se
querrán.
Ahora, luego o nunca. Aunque siempre.
Ese es el plan.