domingo, 15 de junio de 2014

La metamorfosis de la mariposa en oruga

La nada se desdibujaba en millones de formas asimétricas, lo cual resultaba demasiado horrible para un hombre perfeccionista hasta en sus manías. Se precipitaba la tristeza por el manantial de su mirada y no encontraba consuelo, pues hasta el horizonte, a sus ojos, había perdido de vista el cielo. Y el infierno era ahora terrenal.

No había ni rastro de todos los milagros que en el pasado sentía nacer, escapar y morir entre chispas, al calor de sus manos. Se preguntaba dónde podía haber dejado por última vez su sonrisa, y cuándo volvería - si es que eso fuera aún posible - a aquel final que resultó ser el comienzo de todo lo que nunca quiso.
También dio vueltas, hasta hacer vomitar a sus ideas, al por qué de la fuga sin motín de sus estrellas y, por supuesto, le resultaba del todo incomprensible cómo ganando la última batalla había sido capaz de perder la guerra.

Siempre procuró estar atento y al tanto de los pasos en falso, ya fueran propios o ajenos, pues el error y sobre todo la mentira, suponían para él un corredor de la muerte a la intemperie donde solía convulsionar electrocutado mientras las nubes llovían y lloraban sobre él, sobre su agonía.

Tras una larga serie de descargas, el hombre ya apenas respiraba. Parecía haber perdido el hilo de luz que dejaba a modo de estela tras de sí al caminar; los felinos del barrio, compasivos, le ofrecían cenas con raspas y noches de travesía y naufragio en los tejados de la luna. Pero ya era tarde para todo eso. Él lo sabía.

Cuentan que todos le temían por la cicatriz que recorría su cara de frente a barbilla, mientras él reflexionaba para sus adentros sobre el terror que supondría entre la gente del pueblo descubrir que las mayores heridas las escondía, en un acto de protección masoquista, bajo su piel.

Llego un día en que nunca más se supo. El hombre había desaparecido, cubriéndose las calles de una espesa niebla que podía haberse sorbido si no hubiese sido por lo embriagador que resultaba ya de por sí observar al sol abriéndose paso, mostrándose altivo al amanecer. Los vecinos corrían de un lado a otro desorientados, en busca de cualquier pista - por pequeña que ésta fuese - que explicase el motivo o la dirección que había tomado aquella repentina huida.

No malgastéis vuestro tiempo. Las huellas, amigos, os las he dejado bajo la piel. Ahora conocéis el secreto de mis heridas, murmuró el viento antes de deshacerse en un último suspiro.