Me voy.
No dejo mensaje en el contestador,
las llamadas perdidas son mi voz.
Busqué ser nadie para que alguien
me encontrase
tirado en cualquier orilla, varado,
con la camisa rasgada y los sueños
a un lado, ahogados, arrastrados
allí donde no estorbasen nunca más
y ningún otro quisiera volver a soñarlos.
Han hecho ya demasiado daño.
Sobre todo a mí, que los creí propios
sin saber que eran extraños;
que les puse nombre de futuro inmediato
y fecha en el calendario,
que les construí un hogar cerca de ti
con estas torpes y malditas manos
aun sabiendo - esta vez sí -
que les acabarían deshauciando
por incumplirse, por no soplar las velas
de los barcos
que no deberían apagarse jamás
pero que siempre se terminan
apagando.
Creo que si me toco aquí
y aquí
y aquí
y aquí
todavía me duele lo que nunca fui...
Cuéntame qué hago ahora que no estás
y yo aún te veo,
que me crecen los enanos más siniestros
en el hueco que dejaste
donde solía estar mi pecho;
dime cómo hago
ahora que se han fundido las luces
y yo aún te busco
con los ojos de un ciego
rendido a los destellos
más sombríos.
Podemos bailar hasta sangrar
o corrernos a voces,
pudimos saber galopar
pero ahora escuecen
los tirones de crín
y las coces.
Sólo me queda el ayer, el pasado y el antes;
pese a todo, un consejo
a inconscientes navegantes:
Sed
valientes
porque
los
cobardes
nunca
tienen
Hambre.