domingo, 23 de junio de 2013

Supongo que sea eso

La minicadena cose en el viento: hace tiempo, prometí escribirte una canción y las agujas del reloj sufren un esguince temporal. Una canción, un poema, un futuro, un amor para toda la vida, una playa, una puesta de luna... Qué más da. Prometí tantas cosas una vez que aún me sigo cortando con las esquinas de cada pedazo en el que se quebraron, una a una, todas ellas.

Me gustaría haber escuchado un "no necesito otra piel en la que curarme", un "evitemos el suelo, sigamos con el vuelo" o un breve "quédate". Pero mis ojos sólo pudieron traducir del idioma de sus caprichosos labios un adiós con acento a reproche. Creo que el cielo nunca ha vuelto a reflejar las estrellas de la misma manera después de aquella noche... Qué oscuras nacen las nubes últimamente, ¿no os habéis fijado?

Ahora, ella busca el olvido en cremalleras fáciles, en ausencias cargadas de rizos de rock and roll; promete a una constelación de luces de colores que ha conseguido olvidarme, se abraza a la barra del mar de sus miedos sin importarle como de tenso está el alambre. Puro funambulismo kamikaze.

Yo en cambio sigo pegado a un sueño deshojado, con la fingida certeza de que cualquier tiempo pasado fue peor. Nunca es fácil aceptar que has sido engañado por una eternidad pasajera, por uno de esos anuncios de "Aprende a enamorarte en un mes" que acaban siendo una academia de corazones rotos, imposibles de reconstruir de nuevo. Y yo aún estoy en ello.

Acaba de asesinarme un puñal que, de paso, ha aprovechado para tatuarme Recuerdos que enterrar bajo el mar en el centro de mi pecho izquierdo. Siempre sufrí una debilidad extraña con ese verso. Tanto dolor contenido en tan pocas palabras... ¿Qué me pasa? Melancolía norteña dificil de sentir si el límite de la orilla no está en tus pies.

Sí, supongo que sea eso.

lunes, 17 de junio de 2013

Y sin embargo, nos movemos

Ahora el mundo va de desprenderse de los sentimientos como quien destruye páginas llenas de versos equivocados. Desaparecen poco a poco las baladas de rock y en las radios sólo se escuchan sonidos electrónicos que pretenden agitar las faldas y no los corazones. Los gobiernos nos aprietan el cinturón contra el cuello mientras nos cambian la Cultura por impuestos y se juegan nuestra Sanidad en un casino fantasma cerca de Alcorcón. Las empresas anuncian móviles sumergibles que conseguirán robarle incluso la libertad y el silencio al mar, al mismo tiempo que te venden que la mejor solución para arreglar tu matrimonio es la infidelidad. Nos han hecho creer que esta es nuestra felicidad y nosotros nos hemos negado a pensar. Y creo que es momento de gritar.

Gritar que la vida es un camino personal y que no pueden guiarnos a todos por una única ruta mundial.

Gritar que las cosas más importantes no tienen un precio establecido; que el amor y la amistad no entienden de la ley de oferta y demanda, que no hay que ahorrar en lágrimas ni meterlas en la sucursal más cercana a plazo fijo por si el futuro es aún más gris y nos vemos obligados a llorar por encima de nuestras posibilidades.

Gritar que el pueblo es el capitán que debe de dirigir un país a buen puerto, que ya estamos hartos de piratas con corbata y 'Robin Hoods' confundidos que roban el dinero a los pobres para pagar los caprichos de los ricos.

Gritar que las guerras sólo las pactaremos en hoteles sin estrellas pero con luna, que las sonrisas no pueden cobrarse a fin de mes en las facturas, que el virus de egoismo crónico que nos están inyectando tiene en nuestra capacidad de soñar su mejor vacuna.

Porque aunque lo quieran creer, no estamos quietos, el planeta está empezando a girar silencioso en dirección opuesta a las agujas del complot y no van a poder pararnos. Imagino que Galileo diría algo así como: Y sin embargo, nos movemos.

miércoles, 12 de junio de 2013

Cuaderno de bitácora y Betadine

De fondo, 'Heaven' de Bryam Adams; de frente, la imagen de una sonrisa de mujer que se diluye en el viento y se convierte en otro grito sordo de mi maltratada garganta. Taquicardia musical. Implosión sentimental. Resumiéndolo en un infinitivo verbal: recordar.

No soy capaz de ponerle número a todas esas imágenes que me impiden cerrar los ojos cuando mis pestañas piden una tregua de noches en vela, no podría deciros las veces que me até las manos a la silla para no suicidarme entre líneas. Esas entre las que sólo ella sabía leerme, esas a las que se agarraba tiritando cuando mis tormentas zarandeaban nuestro barco con lluvias en forma de versos lacrimógenos. Y ron, no olvidemos el ron.

Antídoto-antitodo, protector de mensajes de naúfragos, elixir de ladrones oceánicos. Y yo nunca quise ser pirata. No me atraían los mapas de tesoros que tuvieran la X marcada más allá de su espalda, siempre tuve miedo a la oscuridad de la profundidad del mar y los parches prefería utilizarlos para esconder heridas y no mis desgastadas retinas.

Sin embargo, toda esa inocencia quedó amarrada al puerto del Cabo Decepción. Atraqué mi antiguo buque y salí de allí en una pequeña barca de remos en busca de otras orillas a las que buscarles las cosquillas; decidí que las mejores travesías debían darse en camas desconocidas, en pieles celestes de lunares aún por descubrir.

Decir que bordé con saliva mi nombre en el mástil de treinta y un clavículas distintas no sería alardear de mis conquistas, en varias de ellas quedé encallado y tuve que destrozar mi barca para salir nadando (y medio ahogado) de allí. Decir que las resacas de mis miedos no me arrastraron mar adentro más de un domingo febril sería negar la verdad. Y yo sólo he sido capaz de mentir "por verla sonreir". Qué ilusos fuimos siempre, Rulo.

Para terminar diré que esta odisea sólo acaba de empezar y que he decidido coger rumbo contrario a Ítaca. Por eso de no volver nunca a donde se ha sido feliz, supongo.




lunes, 10 de junio de 2013

En días (nublados) como hoy

Dicen que escribo demasiado la palabra "luna" y no saben que he pasado más noches en su superficie que días en la Tierra. Dicen que no dejo de hablar del mar; no entienden que, cuando estoy lejos de casa, cada gota de agua de mi cuerpo busca constantemente una playa en la que recuperar su sal. Dicen también que abuso al nombrar mis cicatrices, tendré que explicarles que es imposible salir ileso de tantas batallas y que, aunque no tenga condecoraciones cosidas a mis camisas más allá de chapas de los grupos de rock que han marcado mi vida, me considero a mí mismo un veterano de guerra. Metafóricamente hablando, claro.

En días (nublados) como hoy, dedicaría las 24 horas disponibles a hablar de todo ello: lunas, mares y cicatrices. A escuchar cómo se rasga la poesía en las cuerdas de una guitarra acústica, a suturar con humo cada poro de mi piel, a (re)contar las estrellas que se fugaron del techo de mi habitación. Y es que, en días (nublados) como hoy, ha habido lágrimas que calaron tan hondo como cien abismos y, creedme, no había manera de saltar tantos charcos sin salpicar la memoria de recuerdos. Aunque nada es para siempre... O tal vez sí.

Sinceramente, me gustaría creer en la eternidad de los cometas, por aquello de la estela que dibujan en el cielo y todo ese rollo cósmico que tanto me atrae y, a la vez, tanto me encoge. Mirar al universo desde abajo siempre me ha hecho sentir demasiado pequeño; como un planeta visto desde otro planeta, como esas hormigas a las que una lupa hace arder por el puto capricho del Sol, que intenta mirar a través de su cristal porque está tan lejos del suelo que nunca ha conseguido ver a una de ellas enamorarse de una cigarra.

Creo que reduciré todas estas dósis de melancolía y ensoñaciones galácticas, aunque sólo sea por pura supervivencia emocional o como cojones queráis llamarlo. Aunque ni siquiera estoy seguro de si puedo o debo hacerlo. Porque, ¿si uno recoge lo que siembra, brotarán aún más dudas de las que enterré en mi jardín y que la lluvia de abril regó sin avisar? En fin, yo que sé.


jueves, 6 de junio de 2013

Posguerra


                                                             "La radio sigue sonando, la guerra ha acabado"

Desde un primer momento dudé.
Dudé si eras aliada o enemiga,
las prisas por quitarte el uniforme
me impedían reconocer
la bandera descosida de tu pecho.
Dudé si era nieve lo que cubría tu cara
por aquello del brillo de tu piel
y el frío de tus labios,
dudé también si el fuego era cruzado
o paralelo a nosotros.

Diré (con cierto orgullo)
que sobreviví a veinticinco batallas,
aunque acabase perdiendo la guerra.

Aún desconozco
si fue un fallo en la estrategia
o si me disparaste a quemarropa
por la espalda
cuando agitaba la bandera blanca
que acabaría convirtiéndose en un torniquete
para mis heridas de bala.
Supongo que lo segundo.

Supongo también
que es más fácil engañarse
para irse del sitio en el cual eras feliz,
que aceptar que uno mismo arrasó ese lugar.
Y no me contéis eso
de que en el amor y en la guerra todo vale.
Porque no.

La mayor de nuestras penas
es que si estoy escribiendo esto
no es por ti,
ni por mí,
es porque febrero llenó de poesía mis llemas.

Qué triste contradicción
que lo único que quede para ti de mis manos
sea el dedo corazón.

miércoles, 5 de junio de 2013

Hacer(te) poesía

Hacer(te) poesía
es arrancarle las alas a la luna
para encerrarla en los charcos;
cometer delitos leves
a punta de melancolía sin coartada establecida,
buscar restos de Marte en el asfalto,
comprobar que las costuras de los sueños
aún no se hayan desatado.

Hacer(te) poesía
es remover cielo y tierra por encontrarte,
aún sabiendo que si te encuentro
la tierra desaparecerá y el cielo parecerá mucho más pequeño.

Hacer(te) poesía
es beber de un trago el viento de noviembre,
suplicar por besos y versos a otras musas;
ver llorar nieve al verano,
guardar (y enviar a la deriva)
dentro de botellas vacías de ron
las coordenadas exactas de mi último naufragio.

Hacer(te) poesía
es esconderte el sol detrás de las montañas
cuando decides que es demasiado tarde
para seguir siendo de día;
es apagar las llamas del infierno con las yemas de mis dedos,
tan sólo por sentir que aún sentimos.

Hacer(te) poesía,
para mí, es simplemente hacerte feliz.

sábado, 1 de junio de 2013

Carne de poema

Para encontrar
una verdadera sirena
tuve que venir
a la ciudad sin mar;
a pesar de vivir
tan lejos de la orilla,
ella sabe a sal.
Más que ninguna.

Y no imagináis
lo que es volver a casa
cada vez que rozo sus labios,
ni el perfume que deja
en mi cuello
cuando se esconde en él
porque no quiere ver llover.

Creímos volar
sobre las azoteas 
a esa hora incierta
en la que atardece
y enrojecen
nuestras nubes,
como si el cielo
fuese una metáfora
de su espalda
ardiendo entre mis sábanas.

Dejé de calcular
los metros del amor
y empecé a quererla
sin medida,
olvidé el miedo
a las alturas
cuando noté
sus pies columpiándose
en mis rodillas.

Leyó la mitad
de este poema
y me confensó:
"No soy para tanto",
sin saber
que no me importa
que no sea
para tanto.
Es suficiente
saber que es para mí.

Y es que hasta el escritor
más novato
sabe que ella
es carne de poema.