sábado, 28 de febrero de 2015

843

Quédate.
Allí donde no hagan falta las piernas para huir.
Pero espera tu oportunidad sin parar de moverte.
La que realmente lleve tu nombre sabrá dónde encontrarte.
A menos que te quedes parada.
En ese caso no llegaréis a veros las caras.

Sálvate.
Por los dos, aunque por ti.
No tengas miedo por si vuelven las oscuras golondrinas.
Sinmigo aquí no lo harán.
Esto no es una despedida.
Son todos tus principios puestos en fila.
Los que se alimentaron de metralla en aquel paredón.
Los que ellos quisieron pisotearte y acabaron por doblarles los tobillos.

Abrázate.
Esta vez hazlo por mí.
Hace un tiempo leí que cuando tienes frío de crío lo tienes para toda la vida.
No contaban contigo.
Mi jodido abrigo.
La manta y también la protagonista en peligro de la película de todos mis domingos.
La poesía que desafía a toda la literatura escrita antes de ti.

Piénsate.
De dentro a fuera.
Las etiquetas te resbalan entre las piernas.
Date cuenta.
Puedes abrir tus cicatrices de vez en cuando.
No olvides volver a cerrarlas girando dos veces la llave.
Debes tener cuidado. 
Aunque también debes dejarlo olvidado.
Sabes mejor que nadie que no hay ciencias exactas. 
Que las canciones también se equivocan.
Y que sí fue buena idea venir hasta aquí.

Márchate.
Son casi las doce de un martes 13 y se han quedado afónicos los relojes.
Que la vida sea contigo todo lo justa que mereces.
Así solamente tendré que mirar hacia arriba para verte.

viernes, 13 de febrero de 2015

Coleccionistas de amaneceres

Me gusta, de vez en cuando,
ponerme serio y gritar
que no sé quién coño te dijo
que al buen tiempo
había que ponerle mala cara 
pero que solo espero, entonces,
que la lluvia y las tormentas
te hagan reír.             
Me gusta porque es cuando me miras
con las manos,
cuando retuerces el labio
para que yo te lo muerda
y tus ojos son dos estrellas
que han sabido cómo fugarse
de todas las cárceles:
aprovechando cada pestañeo.

Me gusta, también, imaginarme 
que llegas a casa tarde     
y yo te espero en la cocina
con la cena a medio hacer
y la cama por deshacer;  
que enredo globos de helio
a tus muñecas
para mantenerte los pies en la tierra,
que te escondes y no puedo buscarte
porque me olvidé todas las brújulas
dentro de ti mientras ardías
y desde entonces ni sé orientarme
ni sé cómo apagarte.                        

Me gusta                       
tener gustos
que te gusten                            
y gustarte.
Me gustas en pinturas,
en pentagramas, en películas,
en photos, en palabras.
Me gusta saber
que contigo nunca más
se hará tarde.

Que tenerte aquí
es aprender a disfrutar
de ver los trenes pasar
sin tener la necesidad
de subirse a ninguno.
Es hacer un ramillete
de espinas en flor,
de temporada;
helarse de calor
con la calefacción apagada,
surcar las cornisas de París
sin arnés.

Y lo mejor de todo
es saber que aún no te sabes,
que puedo seguir mirándote
como miro al horizonte atardeciendo
y que tú no te das cuenta
o que no lo quieres hacer,
porque quizá cuando lo hagas
ambos sabremos
que en esta pequeña playa
no volverá a amanecer.

sábado, 7 de febrero de 2015

Locos necesarios

Se contaban con los dedos
de las manos
cada noche cinco historias
de desastre
y otras tantas de victorias.
Conectaban como sólo se enredan
una vez opuestos, 
los polos;
desprendían eternidad por los poros,
se querían atropellados de ganas y torpes,
como el primer verso.

Eran locos necesarios
como Dalí para llenar de color
el gris surrealismo en el que vivimos
constantemente
sin darnos cuenta,
como Lennon para imaginar
mundos nuevos,
como Mandela para creer
que algún día ganaremos los buenos,
como Bukowski para descubrir
las sombras que viven en los recovecos
de los huecos que dejan las luces 
que nunca, nunca, nunca
deberían apagarse por sí solas
pero que siempre, siempre, siempre
terminan haciéndolo.

Fueron Albel y Caín
encima de un ring,
aguantando en pie
sobre todas las lonas
que les querían besar
pero creyéndose
contrincantes el uno
del otro,
lanzándose golpes certeros
al mentón
cuando veían que los brazos
les flaqueaban
por inanición de besos correspondidos.

Anidaron cenizas de fénix
a los pies de la cama
para así resurgir
cuando les fallaran las alas.
Se creían invencibles, intocables,
imbéciles orgullosos.
Guardaban mutuamente sus lágrimas
en pequeños frascos de cristal
que con el paso de los meses
se convertían en perfumes
que si llegaran a comercializarse
todas las casas pasarían a ser hogares.

Pudieron romper la banca,
pero no eran esas sus ansias.
Ellos preferían esconderse
en la mesa más apartada del bar,
pasar desapercibidos en la última fila
del cine que hay en el barrio
y buscarse las cosquillas furtivas
sentados entre Nocturnidad y Alevosía.

El yin y la yan.
El invierno y la verano.
El noche y la día. 
El maldito naufragio y la bendita salvavidas.

martes, 3 de febrero de 2015

Caperucita loba

La última vez que nevó en el Sahara
fue por tu culpa.

A la una de la tarde recuerdo
que el sol no calentaba 
pero brillaba más fuerte que nunca.
Corría un viento de escarcha y bufanda
que violaba termómetros en Gran Vía
a sangre muy muy fría.
En Londres era apenas mediodía
y en Montmatre olía a acuarela;
los bohemios de California se despertaban
de la siesta, tus pestañas jugaban con mis ojos
a ver quién perdía primero la apuesta
de no dejar de mirarnos.

Doce paradas de metro y de tu mano.
Dejamos las maletas, preguntamos si
se podía fumar en la habitación
y cerramos la puerta.
Esta vez desde dentro.

Allí estábamos, más vivos que nunca.
Suturándonos el pecho
mientras nos abríamos en canal,
buscándonos lunares, suplicando por oxígeno
porque ahí arriba la gravedad
es mucho menos grave
que aquí abajo,
pero se descontrola la respiración.

También compartimos copas, desnudez, ropa,
petas, besos, risas, sábanas, saliva.
Ambos éramos lo mismo:
nosotros.

Por todo esto ahora sé que el cielo
está en un octavo piso
y que ríe y gime
como lo haces
Tú.