Son todos tus principios puestos en fila.
Date cuenta.
Aunque también debes dejarlo olvidado.
Que las canciones también se equivocan.
Me gusta, de vez en cuando,
ponerme serio y gritar
que no sé quién coño te dijo
que al buen tiempo
había que ponerle mala cara
pero que solo espero, entonces,
que la lluvia y las tormentas
te hagan reír.
Me gusta porque es cuando me miras
con las manos,
cuando retuerces el labio
para que yo te lo muerda
y tus ojos son dos estrellas
que han sabido cómo fugarse
de todas las cárceles:
aprovechando cada pestañeo.
Me gusta, también, imaginarme
que llegas a casa tarde
y yo te espero en la cocina
con la cena a medio hacer
y la cama por deshacer;
que enredo globos de helio
a tus muñecas
para mantenerte los pies en la tierra,
que te escondes y no puedo buscarte
porque me olvidé todas las brújulas
dentro de ti mientras ardías
y desde entonces ni sé orientarme
ni sé cómo apagarte.
Me gusta
tener gustos
que te gusten
y gustarte.
Me gustas en pinturas,
en pentagramas, en películas,
en photos, en palabras.
Me gusta saber
que contigo nunca más
se hará tarde.
Que tenerte aquí
es aprender a disfrutar
de ver los trenes pasar
sin tener la necesidad
de subirse a ninguno.
Es hacer un ramillete
de espinas en flor,
de temporada;
helarse de calor
con la calefacción apagada,
surcar las cornisas de París
sin arnés.
Y lo mejor de todo
es saber que aún no te sabes,
que puedo seguir mirándote
como miro al horizonte atardeciendo
y que tú no te das cuenta
o que no lo quieres hacer,
porque quizá cuando lo hagas
ambos sabremos
que en esta pequeña playa
no volverá a amanecer.