jueves, 24 de marzo de 2016

El brillo de la selva

La conocí
con la sonrisa descosida
por el uso, despeinando
el viento con las manos
al hablar,
haciendo de mi pasado
una fiesta de despedida
y del presente
un regalo inesperado.

De sus pestañas
goteaban los sueños
que le regaban cada mañana
las ojeras;

sostenía un cartel de NO PASAR
frente al pecho, traía un cuchillo
de untar mantequilla
entre los dientes
y escondía bandadas de pájaros
en la cabeza
para no separar nunca los pies
del suelo,
aun a merced de despegues furtivos
y aterrizajes forzosos.

Era una flor herida por la llegada del invierno.

Vacié más de mil playas
con la intención de hacer rebosar
los relojes
de arena
hasta que la marea decidió subir,
escalar,
para cubrir de mar
todo el tiempo que perdimos
por no encontrarle sentido
a tan efímera eternidad.

Para entonces, las gaviotas
ya habían echado al traste
mi rastro
de migas de pan,
arrebatándome el rumbo,
robándome el norte
y el ritmo.

Aquello me convirtió en forajido,
ateo convencido,
el último peregrino
de los caminos prohibidos,
un descuidado y vulgar bandido.

El escenario era una guerra
de guerrillas.
Me llevaba todos los palos
y me creía, después, culpable
de las astillas;
vendía en el mercado
marionetas de madera
- sin hilos, aunque cuerdas todas ellas -
en las que grababa
a navaja
mi lista de pesadillas
por orden alfabético.

Nunca nadie se llevó a su casa ninguna,
ignorando que el brillo verde de la selva
nació tras la primera tormenta.

Arruinado, dejé mi puesto ambulante y una nota:

Hubiese muerto por ti.

Pero es que a mí
cualquier cosa
me mata.

domingo, 13 de marzo de 2016

No es Madrid

                                                                Saber que al final siempre llega el aeropuerto.

Pero la terminal
en la que das el último abrazo
jamás se olvida.

Un adiós a tiempo
sigue siendo una derrota,
no nos engañemos.

No existe el empate
en la ruptura
ni hay mayor enfermo
que quienes optaron por destruir
su única cura.

Me hiere lo que me resucita,
por eso me escudo detrás
del arma homicida.

Se me acabaron las palabras
para hablar de tus labios
y sé que si no es de tu mano

no es Madrid.

Un día fuiste excepción, condena,
amuleto y epitafio,
el título de mi plan A
era - tan sólo - el preludio de tu nombre.

Mi teoría de cuerdas consistía
en imaginarte a ti
        desnuda
bailando sobre un violín,
desafiando la física.

Me salpicaste de sed.
 
Pero de entre todas las estrellas del firmamento
tuviste que ser la fugaz.

Ahora no puede ser lo mismo
porque nosotros no lo somos
y la distancia se ha resquebrajado,
se ha hecho abismo;

desde que no estás
nadie se preocupa ya
por todos los rotos
que esconden mis remiendos.

Sabíamos que no podíamos dejar pasar nuestro tren
así que nos pusimos delante y nos dejamos atropellar por él.

Ser cataclismo.
Aquello se nos daba demasiado bien.

jueves, 3 de marzo de 2016

El próximo tango

Le entregué un corazón gripado
y un puñado de versos usados
y ella me devolvió arreglado
el motor,
los engranajes
engrasados con carmín
y un pestañeo que vale más
de mil poemas.

Guardo su abrazo como fianza
con la esperanza
de que me rompa todos los muebles.
Sueño con un salón para dos inquilinos
sin nombre ni apellidos,
vacíos de etiquetas, incalculables
en las apuestas,

encendiendo la luz
de esta habitación sin ventanas
pero con vistas al mar
y a la montaña,
viendo nevar sobre las cumbres
mientras guío barcos varados
hacia la playa.

Sólo ella se ha dado cuenta
de las garras recogidas del león,
de su apatía;
de una batalla perdida
contra los barrotes, los látigos
y las despedidas,
de haberse convertido
en el último juguete roto
de un cochambroso circo
de provincias.

Contrabando de miradas,
daños colaterales;
doblando nuestras rodillas
para sacarnos del fango,
reconociéndonos entre los quejidos
de un fado,
tropezando en el próximo tango.

Pero siempre con la música de nuestro lado.

Tan irónico como cierto
que cuando el viento sopla las velas
unas se apagan
y las otras nos sirven de impulso
hacia tierras nuevas...