Tengo revelaciones
de monos
de otros castillos
que vienen
hacia aquí;
sin descanso,
furiosos
y refunfullando
dientes amarillos,
corroídos
por tantos siglos
teniendo sed.
No habrá paz
nunca más.
Las calles se vaciarán
de luces
y las aceras
ya no serán habitaciones
sin ventanas,
ni techo,
ni bisagras,
ni puertas.
Volverán a ser
lo que fueron
algún febrero pasado:
muescas en las carreteras,
pequeños mordiscos
de grava y cemento
masticados
tras unos labios
que no volveremos
a besar a quemarropa.
Nunca más
habrá paz.
Nos quedaremos
huérfanos de sueños,
seremos el bufón
de todos los reinos
sin corona,
empezaremos
a tambalearnos
a su son
mientras la tiranía
se disfraza de gobiernos.
Pero no creáis
que no lucharemos
porque lo haremos.
Por supuesto
que lo haremos.
Y estaremos
a punto de vencer,
rozaremos la libertad
con la punta
de los dedos
pero en el último momento
apartaremos hacia atrás
nuestras manos
por miedo a quemarnos.
Y que aún
no le hayamos perdido
el miedo al fuego...
Pero antes
de que todo eso pase,
quiero decirte
que he dejado un rastro
de cicatrices
para que me encuentres,
no quedaron
migas en mis bolsillos
después de perderme
tantas veces
con Gretel.
Reconocerás
la calle y el portal
al que vas a llegar:
es mi recuerdo.
Soy yo cuando
el amor no dolía,
cuando para sonreír
únicamente hacía falta
una sonrisa,
cuando no sabía
de agujeros
ni de dobles fondos
ni de la cara B
de la vida,
que es menos atractiva
pero más puta.
Y todavía no sé
si eso es bueno
o malo.
Creo que prefiero
no saberlo.
No te asustes,
ya te he dicho
que todo esto
sólo son revelaciones
de alguien adicto
a la rebelión
y a sus revoluciones
por minuto,
segundo
y hora;
porque en gritar
está el hacernos
escuchar
y joder,
¿qué pretendíamos
tener que hacer
desde el momento
en que nacimos
con garganta en el cuello?
Aquí,
esperando,
te espero.