domingo, 28 de julio de 2013

Te haré perenne

Te conocí en la puerta de un bar que preferiría desconocer. Apuraba mi cigarro con la sensación de que mi noche bajaría el telón con la última calada. Entonces apareciste tú. Pasaste delante de mí acompañada de un grupo de cuatro o cinco chicas más, pero mis ojos buscaron los tuyos. Y viceversa. Creo que el tiempo se detuvo y pudimos sonreirnos durante días mientras mi cigarro encendido no se consumía. Qué pequeño parecía el mundo en tu mirada.

Entraste. Entré. Supongo que entramos. Digo 'supongo' porque ninguno de los dos nos atrevimos a nada más que mirarnos mientras tú le hablabas al oído a tus amigas del chico de rizos y camisa de la barra y yo hacía lo propio con las mías sobre tu moño y tu vestido de lunares (ya te explicaré, por cierto, lo de mi idilio con la luna). Pienso que los dos elegimos la parte del bar que más nos protegía para sobrevivir a aquella primera "cita".

Saliste. Salí. Supongo que salimos. Digo 'supongo' porque los gestos de nuestros cuellos para encontrarnos se quedaron a vivir allí dentro, para siempre. Una vez afuera, te colocaste a unos tres o cuatro metros a mi lado con la única amiga que seguía en pie. Eran las 4:20 de la mañana. No saqué la valentía necesaria para decirte que llevaba tiempo (demasiado) buscando a alguien como tú en un sitio como este. No fuiste capaz de articular palabra. Pero no dejamos de mirarnos furtívamente, como escondidos detrás de un muro de cristal. Tan absurdo como mágico.

De repente, empezaste a andar y yo sentí que corrías. Tardé en reaccionar. Salí detrás de ti pero ví como, a lo lejos, cerrabas desde dentro la puerta de un taxi. Era tarde. Me hice el despistado e intenté disimular mi agónico, ridículo e inútil sprint.

Son casi las 8:30 de la tarde, es domingo y llueve. Como todos los domingos a esta hora.
Sólo te pido una cosa, por favor: dime tu nombre.
Yo te haré perenne.

jueves, 25 de julio de 2013

Bágoas de solidaridade

Imposible hablar cuando las palabras lloran pensando en todas las bocas que nunca volverán a pronunciarlas, cuando el negro tiñe la luz vital y más de un centenar de manos ya nunca encontrarán otras a las que agarrarse. Tristeza incurable, inconsolable, infinita.

En días como este, el cielo escupe preguntas cada vez que le pedimos respuestas. Inexplicable la sensación de vacío que queda debajo de unos amasijos de hierro que no escuchan los latidos que hace unas horas marcaban el ritmo y el rumbo de familias enteras. Padres, madres, abuelos, hijos, hermanos; o lo que es lo mismo: sueños, abrazos, proyectos, recuerdos. Todo ello tiene forma de silencio eterno y fondo de mar desierto.

El dolor por empatía se hace inevitable. Si hay algún destello entre tanta oscuridad, ese lleva el nombre de Solidaridad. Vecinos corriendo con mantas y todo tipo de objetos que puedan ayudar mínimamente, donaciones de sangre masivas que colapsan todos los hospitales de la ciudad y el corazón de un país entero, bomberos en huelga dejando su lucha particular a un lado para sumarse a otra mucho más importante: la vida. El orgullo de saber que formamos parte de una sociedad de este nivel de humanidad cambia la razón de nuestras lágrimas y nos vuelve a hacer creer en nosotros mismos. Todos a una.

Día a día la normalidad intentará volver a las casas, pero no debemos olvidarlo. Estoy seguro de que muchos no lo haremos. El tiempo pasará, pero ese tren nunca debió haberlo hecho.


martes, 23 de julio de 2013

Nos debemos Madrid

Ahora que
las canciones
están afónicas
y mis alas
han vuelto a plegarse
una vez más,
ahora que
han censurado tus labios
para mayores
de 18 daños,
ahora que
el ron me habla en pasado
de ti
cuando llegan las seis y media
de la mañana
y el sol me pilla gritándole
al cielo por flores de asfalto,
ahora,
te digo: 'hasta pronto'
o 'hasta tarde',
pero no 'hasta nunca'.
No. No a ti.

Nos debemos Madrid.
Y Madrid nos debe una a nosotros.

viernes, 12 de julio de 2013

Rehab

Pequeño, pero tenemos
un porcentaje
de nuestra vida
bajo control;
no podemos
hacerla anárquica
o vendrán otros
a convertirla en dictadura.

Y digamos que yo
perdí el norte
cuando encontré su sur,
aunque ella cumpliese
desde aquel mismo instante
la ley no escrita que dice
que dejar huella
no es lo mismo que pisar.

Esa noche
y todas las siguientes
quise susurrarle:
nunca había visto
un roto tan descosido
como tú,
pero me limité
a bordar viejos versos
sobre los lunares
de su nuca,
como intentando arreglar
de alguna manera
aquel desastre.

Imaginé cómo sería
ver todos los amaneceres
de aquel verano
con ella;
o mejor, en ella.
Y qué bien le quedaban
las líneas de las persianas
sobre su espalda, joder.

No podía apostarla
en una partida
con las cartas marcadas,
así que invertí
el rojo en sus labios
y el negro
en la esquina de un bar
de Madrid.

Eso sí,
no todo fueron estrellas,
también nos estrellamos.
Supongo que hay momentos
ansiosos por convertirse
en recuerdos
para así poder emborracharse
hasta olvidarse de sí mismos.
Y a esas copas, tranquila,
que siempre invito yo.

Llegará un día
en el que suba a una
azotea de Gran Vía
a ponerle su nombre
a las nubes
y, una vez allí,
quizá piense
en el roce de la brisa
en los puertos,
quizá en una mujer
que nunca fue mía
o en mi manera
de enseñarle al mundo
los hoyuelos
de una sonrisa entre paréntesis.

Lo que sí tengo claro
es que agotaré
el depósito de nostalgia
en no olvidar nunca
la madrugada en la que dijo:
no sé si serás
principio y final,
pero para mí
ya has sido un principio.
Como empezar de cero
y olvidarse de contar.

Lo que entonces no dijo
fue que lo jodido de compartir
una vida
es cuando todo se rompe
y no recuerdas
cual de las dos partes
era la tuya.

domingo, 7 de julio de 2013

Ceniza en sus labios

Parada de autobús. 23:47.

Un chico saca un cigarro pero no encuentra su mechero. Pide fuego a una chica que espera sentada en el banco con la punta de la nariz enrojecida por el frío. Ella se lo acerca a cambio de tabaco.

- Aquí tienes el mechero.
Mierda, es el último. Quédatelo. ¿No te habías dado cuenta?

+ Sí. Y, ¿sabes? En noches como esta creo en el azar.
Esta era la última cajetilla, con la que pretendía dejar de fumar hoy mismo. Pero acabo de darme cuenta de que sería capaz de fumar hasta apurar el último aliento de mi vida si eso implicase estar ahí para encerderte el vigésimo cigarro de cada paquete.

Latidos y latitudes distintas

Nunca
llegamos a estar juntos.
Al menos no del todo.

Corrimos por caminos siameses
pero paralelos,
ella buscaba las sonrisas en su cara
y yo en las comisuras
del gesto ajeno.
Leía mis poemas
mientras yo indignaba a los poetas;
intentamos salvar el mundo,
pero nos equivocamos de planeta.

Vimos anochecer a las farolas,
amanecer a las nubes.
Rompimos el tiempo en invierno
y ni volvió a ser primavera
ni hubo más días azules.

Saltaron de boca en boca
leyendas sobre nuestra historia
e historias sobre nuestra leyenda,
sin saber que tantos fracasos
acabaron por borrarnos la memoria.
¿Cómo íbamos a explicar
que nos resignamos
a dejar de pasear borrachos
por las aceras
para ver los sombreros de la ciudad
desde los barrotes
de una puta noria?

No lo entenderíais
y lo entendemos.
Simplemente fuimos
latidos y latitudes distintas.

Nunca
llegamos a estar juntos.
Al menos no del todo.