Ha llegado esa época
del año
en la que hasta los bancos
del parque
pierden las hojas,
las tardes de nubes rojas.
La de los besos
con escarcha en los labios
y rutina suicida
en cada uno de los calendarios.
Es ahora cuando pienso
en la nieve de las películas
mientras busco la manera
de acelerar en ti mis partículas,
de morderte la clavícula
y quedarme sin amor
en la vesícula.
Robe diría que soy un golfo;
pero cómo explicar que,
cada vez que me tocas,
la piel se me llena
de alborotos,
poniendo a prueba las alarmas
de mis incendios
y el secreto de mis escasos
misterios.
No dudo volver desde el futuro
y reconocer entre todas las faldas
tu culo,
sé que llegará el día
en que despedirme
será saludar en persona
a todo aquello de lo que me reía
teniendo más de un motivo
para llorar.
Ha sido un placer
olvidarme hasta desaparecer,
a tu lado,
convencido de haberte conocido
ya caducado;
sin excusa
para destrozarnos el nido,
todo fue por soñar
que me había dormido.
No conozco mayor precipicio
que no encontrar el fin
porque nunca hubo un principio.