domingo, 20 de abril de 2014

Caer siempre tiende al vacío

Caímos:

lo hicimos de todas las maneras
que nunca antes aprendimos,
dejando olvidados en cada cima
nuestros paracaídas
una vez descartada por completo
cualquier posibilidad real de mantenernos
con vida.
Tenías tanta sal en los dedos
que me faltaron heridas
y eso, odio mío, ya es mucho decir.

Sé que una vez en el suelo te busqué
porque mis ojos me prohibieron
ver más allá del ayer,
porque llené el aire con tu nombre
en calles vacías
sabiendo que nadie iba a responder;
lo sé, sé que te busqué, simplemente porque nunca te encontré.

Que sí, que estuvimos juntos,
pero sin llegar jamás a mezclarnos.
Recuerda que hubo un futuro
que pretendió borrarnos,
y vaya si lo consiguió.

Fuimos tinta líquida en sus manos.
Nos convirtió en borrón y fue entonces,
y sólo entonces,
cuando echamos de menos ser garabatos.

Nos pusimos a llorar sin descanso
por todos los planes fuera de plazo
- sin reconocerlo, claro -
a la vez que empezamos a negarnos
el saludo y los abrazos.
Qué jodidamente triste es ser feliz en pasado.

Llegamos incluso a creernos héroes
cuando ya no éramos más que fracaso,
confundí tu mitad llena con la mía vacía
y sediento de sed terminé por bebernos el vaso.

No sé si disculparme o darme las gracias.
Quizá, si no me hubiese ido,
todas tus maravillas seguirían pareciendo desgracias;
quizá, si me hubiese quedado,
todos mis consejos seguirían pareciendo amenazas.

Todo eso es algo que no sabremos, y mejor.
Lo peor que podría pasarnos, créeme, ya pasó.

viernes, 11 de abril de 2014

El ojo vago del cíclope

En la escena del crimen discuten acaloradamente el inspector jefe y el vendedor del puesto de perritos calientes. Pasan a las manos. Éstas a los puños. Se escuchan los gritos que los nudillos del inspector le dedican a los pómulos del vendedor. De repente, un estruendo. Sirenas de policía. Hombres trajeados corren de todo sin tener la más mínima idea de nada. Madres que lloran. Niños lanzan penalties en la plaza que hace esquina. Gol por la escuadra. Se hace añicos la ventana de la oficina. Caos. Camiones de bomberos. Escaleras de incendios. Mentiras ignífugas. Falta de tiempo. Hambre, sed y sueño. Flores sobre el cemento. Lluvia en los techos de las marquesinas. Vaho tatuado en los cristales. Otra vez ellos. Sonido de campana. Gancho de izquierdas. Vergüenza de derechas. Llegan los antidisturbios. Cierran la puerta. Gas lacrimógeno en el ambiente. Cuarto creciente. Habitación menguante. El inspector canta una canción. El vendedor la reconoce. Suenan de fondo sus últimos acordes. Cae la noche. El telón se cierra. Acaban de suspender la función.

martes, 8 de abril de 2014

Hoy volvería contigo

Hoy volvería contigo,
aunque sólo fuese por sentir
un poco de calor
debajo de este amasijo de sábanas frías.
Me desharía en todo
menos en elogios
hacia ti,
porque no quiero manchar
con mis dedos
tu pecho
ahora que vuelve a brillar;
buscaría la manera
de entender cómo uno
puede ser capaz de encontrarse perdido,
siendo eso una contradicción en sí mismo.

No quiero pedirte que vuelvas
porque se nos da mucho mejor
estar lejos,
pero hay días que huelo a humo
y no veo el rastro de caucho
que solían dejar tus ruedas
por la habitación;
ni tus pantalones desabrochados,
ni tus suspiros entrecortados,
ni tus pequeños escalofríos.
Únicamente vacío.

Es por eso que vengas,
no que vuelvas.
Me explico:
ya nos hemos conocido
hasta que nos hemos hundido,
quizá al desconocernos
salgamos a flote
y no nos quede más remedio
que seguir la travesía
en diferentes botes.

Mañana volveré a estar pensando
en otras faldas
y mismamente ayer
escribí un soneto
para una chica
que me guiñó una sonrisa
en el bar
desde el otro lado de la barra de labios
pero, repito:
hoy - y sólo hoy - volvería contigo.