Caímos:
lo hicimos de todas las maneras
que nunca antes aprendimos,
dejando olvidados en cada cima
nuestros paracaídas
una vez descartada por completo
cualquier posibilidad real de mantenernos
con vida.
Tenías tanta sal en los dedos
que me faltaron heridas
y eso, odio mío, ya es mucho decir.
Sé que una vez en el suelo te busqué
porque mis ojos me prohibieron
ver más allá del ayer,
porque llené el aire con tu nombre
en calles vacías
sabiendo que nadie iba a responder;
lo sé, sé que te busqué, simplemente porque nunca te encontré.
Que sí, que estuvimos juntos,
pero sin llegar jamás a mezclarnos.
Recuerda que hubo un futuro
que pretendió borrarnos,
y vaya si lo consiguió.
Fuimos tinta líquida en sus manos.
Nos convirtió en borrón y fue entonces,
y sólo entonces,
cuando echamos de menos ser garabatos.
Nos pusimos a llorar sin descanso
por todos los planes fuera de plazo
- sin reconocerlo, claro -
a la vez que empezamos a negarnos
el saludo y los abrazos.
Qué jodidamente triste es ser feliz en pasado.
Llegamos incluso a creernos héroes
cuando ya no éramos más que fracaso,
confundí tu mitad llena con la mía vacía
y sediento de sed terminé por bebernos el vaso.
No sé si disculparme o darme las gracias.
Quizá, si no me hubiese ido,
todas tus maravillas seguirían pareciendo desgracias;
quizá, si me hubiese quedado,
todos mis consejos seguirían pareciendo amenazas.
Todo eso es algo que no sabremos, y mejor.
Lo peor que podría pasarnos, créeme, ya pasó.