lunes, 21 de diciembre de 2015

Donde el arte muere de hambre

Tardaste dos caricias
en enseñarme
que a bailar no se aprende con los pies
pero sí con la piel.

Fuiste un sabotaje a mis nadie más
a primera vista.

Te cumpliste.
Y yo no sabía cómo dar las gracias
a tanto cometa, a tantas pestañas,
a todas las velas, a todos los genios
que habitan las lámparas.


Ven. Quiéreme. Tú que puedes.
Si te atreves. Si acaso te lo permiten
mis vaivenes.

Te llevaré a bucear entre escombros 
y tesoros
dentro de nuestra propia Atlantis,
ataré la Luna a tus tobillos
para que puedas hacer puenting
sin tocar fondo
siempre que quieras surcar mis abismos
sólo por morbo.

Conozco la fórmula secreta
para crear cohetes de la nada
y despertar a todos los vecinos
sin hacer ruido.

Cuando tenga un rato
dejaré esta oxidada armadura a un lado
y haré de la silueta de sus grietas
camino,

me abriré en canal
para que puedan sintonizarme
desde cualquier parte del planeta.

No guardaré más escalofríos,
no esconderé más poemas;
me verás libre, enseñándole la lengua
a las fantasmas,
sabiéndome capaz de matar pesadillas
con las manos
sin mancharme los dedos de sangre.

Esta vez sí.

He conseguido resurgir
donde el arte muere de hambre.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Suero de la verdad

Recuerdo estar leyendo Rayuela
con el viento batiendo las páginas
y un sol que subrayaba las palabras
una a una.
Colocado.
Jurando que quería ser escritor.


Me caigo y me levanto
como si la velocidad
entre ambas cosas
disimulara mis tropiezos.

Siempre me he fiado más de la oveja negra
que del rebaño.

Sufro vértigo
cuando veo el suelo demasiado cerca,
me mareo si vuelo de noche
y las estrellas no parpadean.

No distingo
el no verte
del exilio.

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Si te regalé aquella caja de música
fue porque llevo la melodía
y un let it be
grabados a fuego en la piel.

Te invité a creer
que todo puede ser
si se quiere querer.

Tiempo después entendí
que te fuiste para no volver
y ya nunca volviste,
que te hiciste para no querer
y no quisiste.

Estaba convencido de que venías 
a salvarme,
hasta que me cosiste las alas
a las costillas
y me obligaste
                        a saltar.

Carpe noctem.

Antes de que te des cuenta
todo este caos
volverá a ser sólo un desorden.