El sonido a
lluvia me hipnotiza.
Esas notas
nunca las supo tocar Mozart.
Pretendí
torpemente enjaularte
en un
pentagrama.
Hacer de ti
mi canción,
esa que
habla de tus aires
de guitarra
eléctrica
y tus dotes
de cantante
al oído,
la que tardé
más de media vida en componer
porque
joder, perdóname,
no te
conocía.
Pero
contraté a una orquesta al completo
y te
convertí en única solista
y te iba a
ver cada noche al teatro
de las luces
apagadas
y nunca
pagaba entrada.
Nunca.
Hasta que empezamos
a desafinar.
Nos rompimos
los tímpanos con tanto grito,
los gallos
que nos salían por la boca
se apuntaban
a todas las batallas
y la cosa
pintaba a que allí
no iban a
quedar supervivientes.
Así que me
fui
antes
incluso de despedirme.
No pintaba
nada en ese cuadro,
si acaso
sombras.
Yo no le
pido peras
a mi
magnolio.
Porque no me
gustan.
Sabes que
soy más de fresas
con nata
y
por
tu
espalda.
Dibujando un
trazado de i latina,
aunque seas
más Grecia
que todo
Atenas manifestándose
en la Plaza
Syntagma
y yo me
sienta Ulises
a
cuatrocientos kilómetros de casa,
en una
travesía de mar enfadada,
en un tira y
afloja con las cuerdas
que
mantienen en la superficie
nuestra
pequeña flota
de barcos
hundidos.
Tanta deriva
acabó magullándonos
las
entrañas.
Pero has
sido el mejor naufragio de mi vida.