martes, 14 de abril de 2015

Caracolas

Resbalaba el eco entre las calles,
los vecinos rompían las ventanas
para asomarse a los balcones
de la avenida del oeste
y Ella se alejaba
cruzando la lluvia,
dejándome a mí la tormenta.

Subí al tejado
y desprovisto de pararrayos
levanté mi índice
enseñándole al cielo
que después de ver el mundo
desde el descosido de su falda,
ya no tenía miedo.

Solapé dos estaciones
sólo por pretender
que la nieve se derritiera
antes de tocar la tierra,
que fuera un cometa
sin cuerda,
que la locura nos tiñiera
los dedos
de acuarela.

Traspasé la barrera
y ya nunca más volví
la vista de la carretra.

Jugué con los planetas
a las cartas
sin apuestas.

No podía igualar sus estrellas.

Posé mis rodillas
sobre la arena
y la vi.
Ahí estaba Ella.

Vistiendo esas cosquillas suyas
de marea
mientras sostenía una caracola
que aún recordaba
la vieja melodía del mar
en calma.

A esa música silenciosa la llamé sonrisa.

Y me guardé un par de ellas
en el bolsillo
para cuando los accidentes
no fueran entre sus piernas
o para cuando a alguno
de mis domingos
le diera por perder la cabeza
en el laberinto de contar
de mil maneras distintas
una misma tristeza.

Desde que ya no me quedan,
dibujo su
cara
sobre las
olas.

Y se forman
                             caracolas.

viernes, 3 de abril de 2015

Inevitable accidente

Se hicieron tantos añicos
que cuando volvieron a verse
él era un retrovisor roto
y ella una luz intermitente.

Fueron un inevitable accidente.

Pero esa vez salieron ilesos, limpios de rasguños,
con la cima de sus clavículas nevada
una vez perdida ya en otra estación
la mirada.

No eran los mismos
porque no había cambiado nada.

Se dieron un tiempo
mientras robaban espacio al infierno
e hipotecaron un futuro
que sólo tenía cabida en su utopía
de andar por casa en pijama,
desayunando noches eternas para dos.
Esa enfermedad tan paliativa
que hace de perseguir lo imposible
el único método de cura
y la mejor forma posible
de perder, crónicamente, la vida.

Y claro que no funcionó.
Todo se estropeó y de la nada
aunque de las mariposas,
surgieron gusanos
que juraban devorarles las espinas 
a cambio de no volver a regar sus rosas;
poco a poco, mordiendo sin dientes, durante años.

Se vieron esclavos de las horas muertas
y reventaron todas las ventanas de la ciudad
para ventilar desde dentro sus cuerpos,

en una inútil y tardía maniobra para enseñarse
mutuamente
los adentros.


La agonía de un hombre y una mujer
ardiendo, dejando paso al humo sin señales,
vistiéndose de llama y ceniza
a tan sólo dos pasos del río
que iba a dar a la mar,
que era su latir…

Al fin, murieron como mueren las balas:

matando.



Únicamente por seguir vivos.

miércoles, 1 de abril de 2015

Quererte no es poder

Antes de nada,
las cosas claras:
quererte no es poder.

Siempre fui canica,
sin base que me estabilizase,
dando vueltas
y vueltas
y vueltas
y vueltas de campana
alrededor de mí mismo
y de la luna,
como un planeta en busca
de su media estrella.

Pero una noche parpadeaste
en el cielo
durante una milésima de segundo
y yo te vi,
con estos ojos de ciego selectivo
que nunca habían visto nada parecido
brillar así.

Rápidamente te puse nombre
para no dejar de llamarte,
me apunté tus señas
en la muñeca para no cortarme.
Ha habido tanto cristal
en esta puta habitación
vacía…

Solo te pido que no me recuerdes.
Que las decepciones pasan,
como las tormentas
y el futuro se escapa,
como tus piernas.
El amor se acaba,
como todo lo bueno;
el odio crece,
como los enanos sin cuento.

Di que te vas y que has olvidado
cómo volver,
que los semáforos se multiplican
ahora a tu paso,
que llegar hasta mí es un laberinto
lleno de faunos hambrientos.

De mi temporada en el desierto
guardo arena y púas de cactus
entre los poros,
de mi odisea en alta mar
guardo la sal que enrojece
- cada vez que llueve -
mis ojos.


Se hizo lo que se pudo
con lo que se quiso.

Y todo lo demás
es lo de menos.