La noche en que te olvidé la lluvia apenas mojaba mi piel.
Las estrellas se despojaban de la nieve fugando sobre mi cabeza y el universo hondeaba su bandera de luna llena por encima de las mareas. El parpadeo de mis pestañas parecía inmortalizar el momento sin flash, como dudando de toda aquella inmensidad, haciéndome sentir minúsculo gigante.
Por primera vez en años mi imaginación no se perdía dibujándote a ti tras de mí, asomándome un beso por el balcón de mi mejilla. Sencillamente me limitaba a borrar el rastro de huellas que dejó en mi sótano tu inventario de mentiras.
Reconozco haber fantaseado con levitar un par de veces después de aquello. Soltar lastre te hace sentir ligero y libre, morder el polvo estelar juntando las llemas de los dedos con el invierno y despegar sin necesidad de margen para coger impulso.
Cuando recuerdo aquel momento siento que todo lo que un día perdí, el tiempo me lo ha devuelto. Sin intereses, eso sí. Esos quedaron para ti, comercial de lo infeliz. Y joder, qué bien te has vendido siempre.
Como para no caer en las trampas de tu falda, como para no subir uno a uno los escalones que se marcaban en tu espalda.
Pero como ya te expliqué, la noche en que te olvidé la lluvia apenas mojaba mi piel. Una sonrisa recorría de punta a punta mis comisuras.
- ¡Ya no creo en los fantasmas! - grité al tiempo que me quitaba la sábana blanca que me cubría.