miércoles, 26 de noviembre de 2014

Confesiones en Do menor

Yo quise cambiar el mundo.

Corría en círculos bordeando las rayuelas
y las niñas no entendían nada.
Elegía primero a los peores
para mi equipo
y los niños no entendían nada.
Me lavaba las manos
antes de empezar a pintar con los dedos
y los profesores no entendían nada.
Lloraba en mi cama la noche de Reyes
y mis padres no entendían nada.

Yo me iba entendiendo a medida que crecía.

Llenaba el tendal con camisas
planchadas antes de secar
y los vecinos no entendían nada.
Dejaba las faldas más cortas
sin levantar y mis amigos no entendían nada.
Echaba de menos soñar
y mi insomnio no entendía nada.
Enterraba mis huesos bajo el mar
y los perros no entendían nada.
Quería llorar y las nubes
no entendían nada;
quería brillar
y la luna lo entendió todo.

Ella había aprendido del sol, claro.

Y entonces acabé de entenderlo.
Entendí a todos y cada uno de ellos,
terminando por mí
y empezando por ti.
Mira, hagamos un trato:
yo te enseñaré a sobremorir,
tú enséñame a mentir
sin que me muerdan los remordimientos
cada vez que miento.
Te entrego todos mis inviernos
a cambio de una noche de verano,
sería una puta pasada verte bailar
bajo las estrellas
y pillar de reojo a todos los planetas
del Sistema Solar
frotándose los ojos los unos a los otros,
creyéndote sueño.

Eres la razón que debe tener presente
cualquier pasado que pretenda arriesgarse 
en un futuro a volver aquí.
Así que vamos a gritarnos al oído
por todas las veces que nos empeñamos en no escucharnos.

Que tienden a ser muchas y a no secarse.
Como mis camisas.



No te olvides de cogerme con pinzas.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Final inicial

Este poema terminaba
en un desliz y cerrar de ojos.
En un apagar de luces.
En un vuelo chárter con escala
en Buenos Aires, en Berlín y en tu boca.
En un suspiro - el tuyo - que llenaba
de viento mi pecho.
Es decir, lo inevitable:
tambores de guerra, indios al galope,
gritos a dos voces, un par de heridos leves
y una pipa de la paz.

Lo jodido es que por culpa
de esta estúpida manía mía
de empezar por el final,
solo nos quedó este poema
y una historia que pudo ser
pero que jamás tuvo lugar
niespacio.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Piel de gallina

No sé qué me pasa
que a menudo
en mi garganta
se forma un nudo
que grita haber sido
marinero,
domador de olas,
capitán en los barcos
del infierno.

Que aprieta
y deja marca
sobre marca,
abre herida
sobre herida,
cierra etapa
sobre etapa.

No sé qué me pasa
que soy incapaz de mantener
la calma
mientras me culpo
de todas las tempestades
pero sé que volveremos
a llegar a puerto
incluso después de ahogarnos,
o al menos
esa fue la promesa
que nos hizo la corriente
a cambio de dejarnos arrastrar.

Recuerda que somos los niños
que soñaban a voces,
que sonaban a lluvia contra la ventana,
que asustaban al miedo
sonriendo a mares,
llorando a carcajadas;
no olvides
que éramos dos pasados
dibujando
un nuevo presente:
el chico de las ojeras 
por bandera 
- porque los sueños 
tambien necesitan
quien los represente -
y la chica de las cerillas 
en las costillas 
a la que los roces
hacían arder
a modo de meteorito
traspasando la atmósfera. 

Piensa
que esta noche
amanecerá el sol
por el oeste
y recuperaremos así
todo el tiempo perdido,
ven y cóseme los bolsillos
que se me están cayendo
de las canciones los estribillos
y mis jaulas vuelven
a llenarse de grillos

afónicos.

He ido 
a pedirle una hipoteca
a Cupido
para devolverte
todos los besos que me diste
sin recibo
y en los que ahora vivo.
He aprendido
que todo tiene un límite,
un cupo,
una línea que no rebasar.
Una vez pasas al otro lado,
ya no hay vuelta atrás.
Solo fronteras.

Dicho esto
me llevo lejos
mi guerra
para dejarte
en paz,
porque un adiós a tiempo
es el mejor saludo
al futuro.



Me pusiste
la piel de gallina...
Y eso explica perfectamente
mi cobarde huida.

sábado, 1 de noviembre de 2014

En definitiva

Querer sin complejos, 
sin ataduras,
sin atajos,
sin horizontes,
sin la medida establecida;
sin reglas
ni normas
ni leyes,
sin toda esa costumbre
de convertir sentimientos
en rutina
y darle un nombre
a algo que de por sí
no tiene siquiera adjetivos.

Buscar sin ponernos
las gafas de lejos,
sin recurrir a los catalejos,
sin creer en tesoros 
debajo de las X
porque no hay mapa
en el mundo
capaz de dibujarnos
el recorrido hacia
la casa a la que acabaremos
llamando hogar.
Sin mirar hacia atrás
porque todo cuello
tiene un número limitado
de giros
y si no queremos encallar,
tendrá que ser también
sin tomar el sol
como referencia.
Porque tanta luz
nos cegará.

Soñar sin desvelos,
sin cadenas,
sin miedo a los sueños,
sin pánico a la realidad,
sin cerrar los ojos,
ni la boca
ni los poros.
Sin límites ni limitaciones.


En definitiva:
vivir tu vida
de forma
que nadie
pueda vivirla por ti.