martes, 27 de septiembre de 2016

Nautilus

Las estanterías vacías,
las persianas bajadas,
sábanas nuevas
y hachís sobre la cama.

Eso es lo que nos queda
(y me da por pensar
que vivir de mudanza emocional
no está tan mal).

Es como una prisión
en el campo,
un manicomio a pie de playa
en Jamaica.

Escribo sobre los recibos
porque es lo más cerca
que estaré de ponerle precio
a mis poemas;
no serás feliz a mi lado
pero olvidarás el frío,

¿aceptas mi oferta?

Te guardo ríos de hogueras
en las venas,
puedo hacer tus miedos arder
frotando unas contra otras
las piedras
con las que tropecé.

No me caben más defectos
en el cuerpo,
soy el olor de la avenida de mi pueblo
en invierno,
hace ya tres calendarios
que compongo versos agarrotados
al ritmo del metrónomo
que escondes tras tu pecho.

Bebo los vientos por ti
pero aún me queda sed
para brindar
por el futuro

con estas copas
rotas
de tanto celebrar derrotas.

Sé de un lugar lejos del mar
donde se escuchan las sirenas
que no saben nadar;

donde me caigo, me golpeo,
donde me vuelvo a levantar

y no me preguntes por qué
pero sé que mi equilibrio
únicamente se sostiene sobre tu alambre.

Sólo trato de decirte que eres mi luz
y que todo lo demás
sombra

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